10 de enero de 2011

El grito de las masas

Desde épocas tejidas por el hálito de una moral ascética, el ser humano se ha ido enajenando de un pensamiento desguarnecido y pulido desde el miedo y el pesimismo. La idea de una deontología marcada por los pasos de un barroco todavía fuertemente arraigado en el alma nos perturba la mente, y nos deja inconscientes de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, sin ni si quiera oír nada, limitándonos a seguir, por inercia al resto de la manada.

Y así ocurre, todavía hoy, como lamentablemente decía en su Misión de la Universidad Ortega y Gasset. Todo está repleto de verdadera chabacanería. Tenemos tal obcecación de los conceptos, que si desmembrásemos el alma, la idea de confusión formaría completamente parte de aquélla. Quizás la clave de dicha negligencia conceptual sea el resultado de que cuanta más información tenemos sobre una cosa, más apatía mostramos sobre la misma. Ya lo decía Rousseau en su Discurso “el ser humano es más puro cuantas menos cosas sabe”, y es que nos da pavor investigar y que algo cambie, nos aterra la sensación de buscar y encontrar una realidad que sea distinta a la que se nos vende, porque si es así… ¿qué hacemos? ¿Lo expresamos a diestro y siniestro orgullosos de nuestro perspicaz sentido del olfato, o, por el contrario lo cubrimos de tierra y nos dejamos llevar por la acostumbrada inercia de la mayoría para no sentirnos desplazados? Cuestión difícil declinarse antes por la primera que por la segunda. Solemos, no obstante, repudiar las cosas en representación de la voluntad de personas de “confianza” que se ganan nuestro voto, es decir, estamos plenamente seguros en el político de turno para que administre nuestra vida a su antojo, para bien o para mal, y no hacemos nada. Estamos en tal estado lascivo de chabacanería que nada nos afecta, o aparentamos por miedo a la sublevación que así sea, vendiendo incluso nuestra alma si hace falta para bajar los dedos que nos puedan señalar de revolucionarios y de inconscientes.

Yo creo que estas minorías tachadas de revolucionarias e inconscientes, de inconformistas con lo propio y aspirantes de un sistema reformado, tanto de la Universidad como del Estado, son las que llegarán con la forma de un puño cerrado para golpear fuertemente la otra minoría esbelta de la falacia representada por nuestros representantes políticos indirectos, los mismos que proclaman con tanta altivez sus miles de reformas huecas y vacuas. El cambio de toda sociedad está en nuestra mano. Utilicemos nuestras palabras a modo de armas para no ser nunca vencidos ni derrotados, y auguremos entre todos cabalmente una reforma de toda la estructura engañosa y llena de telarañas que nos envuelve. Proclamemos a unos representantes dignos de representación, que se la ganen con hechos y la conserven con los mismos después de haber conseguido el cargo. Unos individuos que sean profesionales, que “estén en forma”, altamente cualificados y que en definitiva puedan conducirnos a todos por, las ahora, diáfanas aguas de este río, que al fin y al cabo como dijo Jorge Manrique, es la vida.